
Si, aquí está. Preparo el trípode frente a mi ventana, monto la cámara miniDV, ensayo las tomas, el encuadre, la forma casi malabarista de sujetar el dichoso cristalito a pulso y a una determinada distancia que me permita enfocar, grabar y no quemar en cuestión de segundos el CCD, el corazón de mi querida Sony.
Las 12 están cerca. Como por arte de magia comienza a cambiar la luz, la hora del Angelus se torna extraña. El espectáculo comienza y me faltan manos.
Noto como el pulso se acelera. Qué maravilla! El movimiento del pequeño y quebrado vidrio a 24 cm. del objetivo, ni uno más ni uno menos, hace que el eclipse sea "mi eclipse": efectos especiales en estado puro, rudimentarios incluso. Los bordes del negro cristal tapan y dejan pasar. El sensor se vuelve loco. Balance de blancos al carajo!.
Por fin acaba el martirio para ella, por fortuna, no sufre secuelas. Yo, en cambio, he disfrutado a reventar. Tengo en mi poder unas imágenes en bruto únicas que hay que seleccionar, sedimentar, pulir, componer y llevar definitivamente a mi propio espacio creativo. Lo mejor de todo, no el resultado, ni siquiera la obra, sino el proceso, la experiencia vital.
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